Recuerdo cuando era pequeña una anécdota bastante graciosa con mi abuela. Tenía seis o siete años y fui muy contenta a contarle que se me había caído un diente y que iba a venir el Ratoncito Pérez. Mi abuela me comentó que lo dejara en la mesilla porque tenía mucho trabajo y así lo hacía más deprisa que si lo dejaba debajo de la almohada. Entonces, yo le pregunté si había muchos niños a los que se les caían los dientes. Y mi abuela me contó que los dientes no solo se les caían a los niños, también a los mayores.